Aunque la gran mayoría de
las personas, en particular los adultos saben y recitan de memoria aquella
frase atribuida a la sabiduría oriental de que “las crisis crean
oportunidades”, la verdad es que a la hora de enfrentar circunstancias adversas solo unos cuantos
actúan de forma coherente con esa forma de pensar, en tanto que la mayoría se
queda enfrascado en preguntas y frases como
¿por qué a mí?, “siempre me pasa esto”, “yo no podré”, “no merezco ganar más”,
¿Hasta cuándo?.
A estas
conversaciones internas que bloquean
cualquier capacidad para avanzar hacia la búsqueda de alternativas, se suman
otras como “la vida no me quiere”, ¿por
qué me tocó ese jefe?, “mi familia es un desastre”, “justo me tenía que chocar
ese auto a mí”, “la economía del país no me permite salir adelante”. En otras
palabras: la responsabilidad de lo que les
pasa, es de otros, es de lo que les rodea, pero no de ellos.
No se sabe
cuál de las dos es más nociva, lo cierto es que ninguna forma parte del camino
que permite avanzar. La ruta adecuada
es iniciar preguntando ¿qué más?. Qué más
puede aprender durante el proceso, que le ayude a avanzar hacia la solución de las dificultades.
Una clave
para lograrlo es aceptar las circunstancias y aprender de los errores, para lo
cual primero debe estar dispuesto a fallar, a asumir riesgos. Piense en los tres peores fracasos de su vida ¿cuáles
son? Y hágase las siguientes preguntas ¿hasta dónde le condujeron esos errores?
¿aprendió algo o los ha vuelto a repetir?.
A medida
que se aceptan los problemas como amigos y se elige el gozo, es decir se adopta
una actitud que algunos la llamarán positiva, yo la llamo proactiva y se
trabaja con compromiso total para encaminar aquello que no está saliendo bien y
con la convicción que todo tiene un propósito, se logra desarrollar la
paciencia y a medida que esa paciencia es probada y se persevera a través del
tiempo y la repetición, los resultados llegan por añadidura.
Un ejemplo
para ilustrar los estilos de actitud
está en la siguiente historia: habían dos viejos campesinos. Uno era optimista, el otro
un pesimista. Cuando el sol brillaba, el optimista comentaba: ¿No está precioso
el día? ¡está bello! El sol brillal. Es saludable para nuestras cosechas. Pero
el pesimista respondía “el sol está muy caliente, nos está matando las plantas.
Está resecando la tierra”. Cuando llovía
el optimista decía “¿No es maravilloso? ¡justo lo que necesitábamos!” y el
pesimista respondía “No, ¡es mucha lluvia! La cosecha se va a dañar por el
lodazal”. Cualquier parecido con la
realidad suya o de quienes le rodean puede ser no solo una coincidencia y de
seguro se reflejará en los resultados que se obtienen día a día.
Finalmente
hay un aspecto fundamental y es que en todo este proceso de revisar la manera
como encaramos los problemas y la vida diaria, es clave identificar algo que
puede ser incluso más nocivo que una actitud equivocada y son los temores, algunos de los cuales son
bastante profundos, complicados y arraigados.
Hasta que
no se identifiquen y superen los temores que influyen la forma en que se está
asumiendo la vida diaria y dentro de ella las dificultades, se estará inhibido
para adoptar formas de ser más
beneficiosas para relacionarse consigo mismo, con los demás y con las
circunstancias que le rodean, y en general
para lograr todo lo que pueda llegar a ser.
¿Cuál es el
mayor problema de su vida en este momento?¿Cómo lo está enfrentando? ¿Cómo lo encararía
si lo tratara como un amigo no como un enemigo?
Cúmulo de tópicos.
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